“Habrá que convivir con esta volatilidad en el tipo de cambio”, dijo Mauricio Macri delante de su Gabinete a fines de abril de 2019. Fue un día después de que el dólar subiera 80 centavos, aumentara 9% en la semana y el Banco Central incrementara las tasas de interés a 72%. El riesgo país estaba en 967 puntos.
Días antes, el jueves 18 de abril, los precios de los bonos argentinos cayeron 8% y el riesgo país subió a 854 puntos básicos, quedando 300 puntos arriba del de Ecuador. Una encuesta de Isonomía había mostrado que Cristina Kirchner estaba nueve puntos arriba de Macri en las encuestas y se imponía incluso en un balotaje. Una semana más tarde, el riesgo país cruzó los 1.000 puntos.
“Para mí que vuelve Cristina Kirchner”, dijo Mirtha Legrand.
El propio Macri había asumido cuatro años antes con la bandera de dejar atrás ‘el miedo a flotar’ del dólar, para abandonar el cepo que heredaría precisamente de Cristina Kirchner en diciembre de 2015 y removería en días.
Sin embargo, cuatro días después que Macri dijera “hay que convivir con esta volatilidad”, el Gobierno tiró la toalla y dejó en claro que si no hay tiempo para acostumbrarse a la volatilidad del dólar es antes de las elecciones: solo entonces, con el tipo de cambio en $ 46, el FMI permitió al Banco Central intervenir en el precio del dólar antes de que tocara el techo de la banda ($ 51,46).
La economía y el Gobierno se habían visto favorecidos por un veranito financiero hasta marzo.
Luego de unos meses de estabilidad cambiaria, el dólar cruzó la barrera de los $ 40 como no lo había hecho desde septiembre de 2018. Pegó un salto de 10,6% y llegó a $ 43. El Banco Central había bajado vertiginosamente las tasas de 60% a 43% en un mes.
El entonces ministro de Economía, Nicolás Dujovne, viajó al FMI a negociar con Christine Lagarde, la uno del organismo, y David Lipton, su número dos y además representante del gobierno estadounidense, un permiso para que aceptara el uso de las reservas del Banco Central para intervenir en el mercado de cambios ya que el equipo económico había entendido que ni el uso de los agregados monetarios ni la venta de futuros eran suficientes para detener la volatilidad del dólar de cara a las PASO de agosto. Sobretodo si el pronóstico de Mirtha se hacía realidad. Y algo de eso habría: dos semanas más tarde se anunciaría en un video que Cristina sería la vice y el candidato a presidente iba a ser Alberto Fernández.
Pero eso era el futuro y nadie lo sabía. La única certeza era que el dólar estaba flotando y ahora el Presidente sentía temor.
“Necesitamos un esquema de corto plazo para evitar que tanta flotación provoque una caída del salario real”, le planteó Dujovne al FMI.
Primero el organismo aprobó que Argentina utilice US$ 9.600 millones de sus reservas para frenar el dólar. El Banco Central podría vender US$ 60 millones en licitaciones diarias. Pero seguía sin autorizar que el banco dispusiera de la totalidad de las reservas para sostener el dólar. El organismo le había atado las manos al país.
“Fear of Floating” (traducido como ‘miedo a flotar’) es un concepto desarrollado por los economistas Barry Eichengreen y Ricardo Hausmann, junto a otros colaboradores, en un artículo académico publicado en 2001 titulado “Original Sin, Fear of Floating and Currency Mismatches”.
Aunque muchos países (especialmente los emergentes) dicen tener un tipo de cambio flotante —es decir, que el valor de su moneda se determina libremente en el mercado— en la práctica intervienen constantemente en los mercados cambiarios para evitar grandes fluctuaciones de su moneda. A eso se refiere el miedo a flotar.
Hubo un pedido de Argentina al Tesoro (vía Macri y Trump) para presionar al FMI.
El entonces presidente del Banco Central, Guido Sandleris, llamó por teléfono a Lipton. Hablaron tres veces el domingo siguiente de aquella semana en la que el dólar había subido 9%. Fue por la tarde. Tenía que ser antes de que abrieran los mercados el lunes. Luego lo hicieron cerca de la medianoche hasta la madrugada y, luego de unas horas de tregua, a primera hora de la mañana.
Lipton le dijo a Sandleris en un momento que accedían a que el Banco Central utilizara las reservas para intervenir en el mercado de cambios “pero con una condición”.
“A la Argentina no le sirve ‘con una condición’, saldrá mal”. El presidente del Banco Central, a esa altura, había confesado a un grupo selecto de colaboradores que de ser necesario pondría un cepo. Una línea interna de trabajo del banco comenzó a pensar en cómo restablecer los controles de cambio.
Lipton pidió a Sandleris un momento para darle una respuesta.
A los 15 minutos el estadounidense lo llamó.
“Okay, vamos como decís”.
Era el final de la flotación. Había miedo.