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Un maniquí de un chico «en penitencia» inquieta y perturba a los vecinos del barrio de Palermo

Diez de la noche pasadas, en la calle Fitz Roy al 1900. Mucha gente transita, hay bares, restaurantes y el clima está muy agradable. Una pareja que camina por la vereda impar aminora la marcha y frena. A un par de metros se ve a un chico de espaldas, con las manos en los bolsillos. Tiene una capucha puesta que le tapa el rostro y está en un rincón como si estuviera en penitencia. Imperturbable. La pareja de unos veintipico se incomoda y susurra pensando qué hacer. Actúan con cautela y cierto temor.

«Amigo, ¿estás bien? Te quiero ayudar. ¡Ey, amigo! ¿Estás bien? ¿Necesitás algo?». El que intenta un acercamiento es el muchacho. La chica mira para todos lados, buscando algún familiar del nene, pero no hay nadie cercano. El joven se acerca al chico con pasos muy cortos. «¿Estás bien, amiguito, amiguito?». No hay respuestas. La chica, primero, sugiere irse, luego ir por ayuda.

Al rato una mujer policía de la Ciudad hace su recorrido habitual. Hasta que se topa con el chico, que sigue en un rincón de lo que podría ser la entrada de una casa o un garage. «¡Hola, hola! ¿Estás bien? ¿Me escuchás? Decime, chiquito, ¿te pasa algo?». Visiblemente tensa, la uniformada manipula su radio y pronuncia palabras como «brujería» y luego «macumba». A los cinco minutos estaciona un patrullero. Baja otro policía, varón, que escucha a su compañera. Los dos observan a una distancia cercana. Intentan comunicarse pero el nene no da señales.

Más tarde, tres amigas salen de un bar y clavan el freno al ver la imagen que moviliza. Intercambian alternativas entre ellas, pero están nerviosas. Una, más osada, le habla primero y le grita de después. «Te estoy hablando, ¿me escuchás? ¡Ey, ey, ¿te pasa algo?». Las otras dos quieren irse, pero la chica se acerca, le toca el hombro, intenta zamarrearlo. Y ante la falta de respuestas, le saca la capucha. El grito de ella sacude a las dos amigas. Las tres salen disparando hacia la esquina de Fitz Roy y Nicaragua. Están en shock.

Dos adultos se ven sorprendidos al advertir la presencia de un chico. Al rato se dieron cuenta que se trataba de una instalación artística.

Este cronista de Clarín, de la mano de enfrente, fue testigo de las diferentes reacciones que desde el lunes viene causando «El Niño», la obra de Sebastián Andreatta (36), conocido como BiH, que no sólo no pasa inadvertida, sino que superó las expectativas de su autor.

«Impacta por su realismo. Hace tiempo venía pensando en la idea de llenar algún rincón de la ciudad con una imagen corpórea fuerte, pero no tenía claro qué, hasta que en mi taller mientras producía el maniquí me fue cerrando la idea», dice BiH, letras que aluden a Bosnia y Herzegovina, un destino al que estuvo, se sintió movilizado y decidió darse a conocer con dichas iniciales.

El artista Sebastián Andreatta, más conocido como BIH, en su taller cuando estaba produciendo el maniquí de El Niño.

«El Niño» es un maniquí de concreto por dentro, plástico por fuera, que pesa 43 kilos, mide un metro, calza 27 y está vestido con un buzo, pantalón a cuadras y luce zapatillas nuevas. Impacta por su realidad. Como está de espaldas, no se le ve la cara, pero dice su autor que no tiene rostro, tampoco cabello «algo que alivió mi trabajo, pero a la vez potenció el golpe de efecto».

«Estoy sorprendido por la reacción que generó desde el minuto cero. Es la primera vez que pasa algo tan fuerte en una instalación mía», dice el artista que ya había realizado otras obras provocativas, como aquella vez que colgó 150 calzoncillos de sus seguidores al lado del Museo de Bellas Artes.

El sábado último fue la primera vez que «El Niño» apareció y su autor eligió Plaza Mafalda, en Colegiales: duró menos de un día.

«Siempre me interesaron los rincones que se generan en la ciudad y poner a un niño en penitencia, era una solución práctica, eficaz e interpelante a una pulsión artística bastante irrelevante: llenar un espacio con un objeto». Menciona a Juanito Laguna, el famoso personaje del pintor Antonio Berni, que simbolizo al niño humilde. «No pensé antes en Juanito Laguna, hasta que lo vi instalado, y ahí no más se me vino la angustia de la penitencia, de ver a un niño castigado y triste. De verlo castigado en la calle, solo. Ahí se me apareció el Juanito de Flores, el chico pobre y marginal».

La escultura está empotrada al piso, con lo cual no es sencillo llevársela ni tampoco sacarle la ropa. «No tiene cara, no tiene nombre y usa ropa barata que conseguí en una feria y zapatillas de nueve mil pesos. No soy de apegarme a los trabajos mucho tiempo, calculo que seguirá ahí unos quince días, soportando el sol, la lluvia, el frío y el calor, como tantos niños que crecen en la calle, en un país que no hizo ni hace nada para que esa realidad cambie», desgrana BIH, que dice no haber pedido permiso a nadie para llevar a cabo la instalación.

En Colegiales, donde estuvo por primera vez, el maniquí fue arrancado de la vereda y arrojado un volquete. El autor lo rescató y lo llevó a Palermo.

La historia de El Niño y su vínculo con la vía pública tuvo su puntapié inicial el sábado 7 de septiembre, en la esquina de Concepción Arenal y Conde, en la Plaza Mafalda, Colegiales. Allí hay un colegio cerca y los chicos rápidamente advirtieron la presencia del intruso, pero fue bien recibido por ese segmento. Sin embargo, pasaron las horas y a la nochecita le llega un mensaje por Instagram a su hacedor: «Tu obra ya no está, alguien la sacó«. BIH se fue desde Palermo, algo sorprendido.

«Cuando llegué me encontré con que había sido arrancado de la vereda y varias baldosas estaban rotas. Me llamó la atención, porque no es liviano, estamos hablando de más de cuarenta kilos», cuenta el autor, a quien le costaba aceptar que se lo hubieran llevado. «Ningún vecino había visto nada, pero evidentemente a alguien la instalación le pegó un viaje mal, por algún motivo se enojó y lo arrancó. Insisto, no era sencillo sacarlo».

Un chico de carne y hueso, después de pensarlo un tiempo, decidió acercarse al llamativo maniquí.

Sin darse por vencido y entendiendo que no tenía sentido llevarse el muñeco, buscó primero en un volquete próximo y luego en otro, a cien metros de distancias. «En un primer vistazo no lo veía. Hasta que me subí y allí adentro lo encontré, en el medio del container, acostado y descabezado. También fue una imagen fuerte. Pensé en reacondicionarlo y volverlo a colocar en el mismo lugar, pero después de unos minutos me di cuenta que no tenía sentido. Que la o las personas que lo arrancaron, seguirían enojadas y lo volverían a hacer, entonces decidí llevarlo a Palermo».

Parece que los vecinos de Palermo le dieron la bienvenida, o al menos no lo rechazan. «Es muy border, yo me cagué en las patas, pero debo reconocer que está genial. Si la idea era generar reacciones y emociones, se logró el objetivo», dice Sofía, una joven que sacó a pasear a su perro. «La primera vez que lo vi, seguí de largo, aceleré el paso, pero cuando estaba volviendo a mi casa, me crucé de vereda y me quedé un rato viendo el muñeco. Después vi a otra gente acercándose y ahí tomé coraje», confiesa sonriente.

Dos amigos le hablan al «niño», hasta que uno de ellos toma impulso y se anima a tocar su hombro.

Reacciones de todo tipo surgen de manera constante, rara vez alguien pasa de largo de manera desinteresada. «Tengo un hijo con autismo y si bien tu obra muestra otra realidad, me impresionó porque, a primera vista, me llevó a la realidad de muchos niños con autismo que sienten el vacío social, la no inclusión, no sólo en la sociedad, sino también en las escuelas. Es buenísimo lo que logra con la obra, que los sentimientos y las emociones se disparen», expresa Karina, otra peatona.

Las redes también se hicieron eco del maniquí de la controversia. «Es tu obra que más moviliza: genera bronca, enojo, dolor, susto. Se la ama y se la odia, Simplemente felicitaciones», escribe la emprendedora Noelia Yametti. «Es una obra que me rompe el corazón», cita la artista Natacha Walker. «Amo tu arte, siempre incomoda e invita a reflexionar», apunta la Dra. Marilú. «Impactante y disruptiva«, define La Ovando. Están los que critican y los que rechazan que se trate de algo artístico, pero los comentarios son interminables.

Desde un balcón en el primer piso, casi sobre el muñeco, un vecino cuenta que desde hace unos días es testigo privilegiado de las reacciones más desopilantes. «Vi a un delivery en bicicleta que desde la calle le gritaba a la escultura casi al borde de los nervios. Una chica que salía corriendo a los gritos, como si la estuvieran persiguiendo. Y cuando la mujer policía empezó a hablar de brujería, desde mi balcón tuve que decirles de qué se trataba. Sin dudas que el barrio está revolucionado».

PS

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