En la pospandemia se puso de moda una teoría para explicar (al menos en parte) por qué está empeorando tanto la salud emocional en el trabajo. Por aquel entonces se hablaba de la “niebla mental” causada por las reuniones interminables de Zoom, y dos autoras conocidas en los Estados Unidos, Sarah Todd en Quartz y Jill Lepore en el New Yorker, alertaron que el burn out se posicionó como el desafío mental con un estigma menos negativo en el campo corporativo: aquellos que se “queman” lo hicieron por sobre-exigirse, por ser ambiciosos, por tener una personalidad de tipo A.
“Es el colapso mental que nos ganamos”, sintetizaba Todd, una medalla de honor. Cualquier persona con una crisis existencial con su trabajo, o simplemente insatisfecho puede gritar “¡Quemado!” como un equivalente al “¡Casa!” o “¡Pido!” de los juegos infantiles, para permitirse frenar y cambiar de trabajo, rubro o vida.
Aunque la OMS tiene catalogado al burn out como uno de los males de época en aumento, aún no figura en el DSM 5, el codex de la psiquiatría que categoriza a las enfermedades mentales. “El burn out se presenta cuando una persona es sometida a factores estresantes que superan su umbral personal, y esto luego tiene repercusiones en toda su vida, no sólo en el aspecto laboral”, explica el psiquiatra Julián Bustín, de Ineco y profesor de la Universidad Favaloro.
Transcurridos algunos años, el problema sigue en aumento, aunque la teoría de la “medalla de honor” perdió algo de peso. A nivel corporativo hay más conciencia de la agenda de bienestar. No queda otra: según un informe de Imaginaria Research de hace tres semanas, siete de cada 10 empleados de la generación Z afirman que dejarían un trabajo que comprometa su salud mental, aunque les paguen muy bien.
Varios especialistas consultados por LA NACION confirman que, ya sea en el consultorio, en redes sociales o en focus groups, está extendida la idea de que en 2025 llegamos a mitad de año con menos baterías de lo habitual, o más quemados que de costumbre. Algo así como que “julio es el nuevo diciembre”, o esas memes en las que alguien dice que “gracias Dios es viernes”, cuando en realidad es martes. La psiquiatra Raquel Gabriel, de SUMA y especialista en salud mental, cree que “hay motivos de mayor incertidumbre reales en lo que nos rodea; esta sensación permanente de jugar una carrera contra el tiempo; de poder terminar para descansar y en realidad nunca terminás. El poder planificar y tener certeza del tiempo de descanso es clave; porque eso te permite regular y trabajar a un ritmo. Hoy si se llega a esa instancia es con el motor mucho más fundido”.
El impacto de la Inteligencia Artificial Generativa (IAG) también agrega incertidumbre, tareas y demandas por una “reinvención” que lleva tiempo y energía. En los focus groups que releva la especialista en tendencias Ximena Díaz Alarcón surge una y otra vez esta idea de “días interminables, friccionados, con infinitas interaciones”.
El creativo Diego Luque le puso un nombre a esta “inflación de acciones” que trae la IA: una “InflAcción”. “Se trata de una inflación contra la que ningún gobierno pelea (que no es de precios) sino de contenidos. De ideas, de formatos, de estímulos. Y lo más loco: no sólo nadie la frena, sino que todos la empujan. De nuevos medios, de mensajes, de actualizaciones, de expectativas. De todo lo que nos piden hacer y de todo lo que ya no alcanza”, dice Luque.
El correlato es una mayor demanda de acciones. “Hacer, producir, iterar, responder, postear, adaptar. Moverse sin pausa. Ejecutar sin parar. Como si el valor estuviera en la cantidad de movimiento, no en la dirección”, sigue Luque. Días atrás el Financial Times publicó una nota sobre algo parecido: jornadas laborales que no terminan, tareas que se multiplican, la sensación de estar todo el día ocupado sin saber bien en qué.
En 2025 el imperativo, al menos en la economía creativa, es hacer “más ideas, más formatos, más versiones. Más en menos tiempo. Con menos gente. Con menos pausa. La cantidad de algoritmos que mutan mientras dormimos. La cantidad de inteligencias artificiales que prometen velocidad y entregan infinitos borradores de todo. Todo se puede. Todo se hace. Todo ya”, sigue Luque, y hace doble click: “El filtro no es curaduría, es cansancio. El criterio no es gusto, es supervivencia. Hacer por hacer. Moverse por inercia. Producir porque hay que estar. Porque si no estás, pareciera que no existís”.
Hay un discurso perverso y contradictorio con la IA en los negocios. “Nos dicen que testemos, que fallemos rápido. Pero nadie banca ni el error ni el tiempo. Nos dicen que todo está en beta, que se puede fallar. Pero nadie quiere esperar. Todo tiene que rendir”, apunta Luque. Días atrás salió un reporte de la consultora Bain & Company donde se llamaba a los CEOs a “salir de la trampa de la experimentación”, y concentrarse en cuatro o cinco proyectos de alta rentabilidad.
Y luego está la discusión de si el uso intensivo de IAG está dañando algunas funciones cognitivas. Lo último en este aspecto fue un informe del MIT, con mucha repercusión en redes, que parecía reforzar esta idea, aunque los casos relevados fueron pocos (54) y luego expertos como Ethan Mollick salieron a relativizar las conclusiones. Para el especialista en IA y consultor del BID Luis Figueroa, “la respuesta es más compleja, y si bien el estudio del MIT nos alerta de un riesgo real –la deuda cognitiva que aparece cuando usamos la IA de forma pasiva– también nos da pistas sobre cómo podemos convertir la inteligencia artificial en una herramienta que pueda mejorar nuestra capacidad cerebral en lugar de reducirla”.
¿Cómo llegar con baterías no tan en rojo a fin de año? Hay buenas obras con tips de “gestión de la energía” (y no tanto del tiempo). En la Argentina, Martina Rua, Pablo Fernández y Diego Kerner escribieron libros que analizan este tema y dan sugerencias. En los Estados Unidos, uno de los best sellers del año es el de Sahil Bloom, “Los cinco tipos de riqueza”. “La escasez real no es de tiempo, sino de energía enfocada”, dice el autor. Bloom plantea que, aunque todos tenemos 24 horas al día, lo que realmente limita nuestra capacidad de generar riqueza (en todas sus formas) no es la falta de tiempo, sino la calidad y dirección de nuestra energía. En vez de buscar exprimir más horas al día, sugiere diseñar la vida en torno a los picos naturales de energía, usándolos estratégicamente para las tareas más valiosas.
“Quizás entre tanto movimiento, la clave está en otra parte”, reflexiona Luque, “En frenar un poco. ¿El nuevo lujo? Elegir. Elegir mejor. Decidir qué hacer, pero también qué no hacer. Qué vale la pena sostener, y qué no. No se trata de romantizar la lentitud. Pero sí de recuperar el derecho a pensar antes de hacer. A no correr siempre de atrás. A hacer menos, pero que pese. Que deje algo. Que tenga sentido”.