Chicos mirando TV en la casa.
En un mundo donde el ideal de la infancia suele estar asociado con el juego al aire libre, la socialización constante y la energía desbordante, algunos padres se inquietan al notar que sus hijos prefieren quedarse en casa antes que salir a jugar con amigos. ¿Es esto un signo de alarma? ¿Qué dice la psicología al respecto?
“La personalidad de cada niño es distinta, y no todos disfrutan de las mismas cosas”, explica la licenciada en psicología infantil Laura Méndez. “Algunos niños son más introvertidos o simplemente prefieren actividades tranquilas, como leer, dibujar o jugar solos con sus juguetes. Eso no implica necesariamente un problema”.
Temperamento y preferencias personales
Los psicólogos destacan la importancia del temperamento, es decir, las características innatas de cada niño que influyen en cómo reaccionan al mundo. Un niño más reflexivo, sensible o reservado puede sentirse más cómodo en entornos familiares y conocidos. “Forzarlo a socializar de una manera que no le resulta natural puede generarle ansiedad”, agrega Méndez.
La pandemia y la digitalización: un nuevo escenario. Además, el contexto actual también influye. Muchos niños crecieron durante o después de la pandemia, lo que cambió sus rutinas sociales. “El aislamiento social durante esos años hizo que muchos niños desarrollaran un mayor apego al hogar y a las pantallas”, comenta la psicóloga Mariana Ruiz. “No es algo irreversible, pero requiere tiempo, acompañamiento y respeto por sus tiempos”.
¿Cuándo preocuparse?
Si bien no hay motivos de alarma inmediata, sí hay señales a las que conviene prestar atención. Por ejemplo, si el niño muestra tristeza, aislamiento persistente, miedo a salir o interactuar, o una pérdida de interés general por actividades que antes disfrutaba. En esos casos, es recomendable consultar con un profesional.
La clave, según los especialistas, está en el equilibrio. Ofrecer oportunidades de juego compartido sin obligar. “Invitar, proponer, pero no imponer. Y sobre todo, validar sus emociones. Frases como ‘entiendo que prefieras estar en casa, pero quizás podríamos probar ir al parque solo un ratito’ pueden abrir la puerta a nuevas experiencias sin generar rechazo”, sugiere Ruiz.
El deseo de un niño por quedarse en casa no es, por sí solo, motivo de alarma. Comprender, observar y acompañar es mucho más útil que juzgar o forzar. Cada niño tiene su ritmo y su forma de relacionarse con el mundo, y respetarlos es el primer paso para ayudarlos a florecer.